¡Cuanta mala suerte que tuvo esta película!
La vi o mejor dicho no-vi apenas 15 minutos después de Los Amores de Astrea y Celadón (Eric Rohmer) y ni siquiera cambié de sala, por lo que cada vez que trataba de concentrarme o de ver lo que estaba pasando, por mi mente pasaban escenas completas del film de Rohmer. Recién ahora puedo separar un poco las imágenes superpuestas en mi cabeza (casi cómo una doble exposición) de las dos películas.
Dos amigos, se reencuentran 10 años después del secundario, uno es un vendedor mayorista de golosinas, el otro un guionista de televisión o teatro. El primero tiene una idea para una obra de teatro unipersonal y le pide al segundo que lo ayude.
La falta de carácter de ambos, más el hecho de que cada uno quiere reconstruir su amistad con el otro, una forma tenue de volver a la falta de compromisos y al tiempo libre de la adolescencia, los hace divagar constantemente, casi nunca toman decisiones con tal de no molestar al amigo, sin embargo al final, algo los hará regresar y recordar que ya no son tan jóvenes.
Filmada con el mismo estilo que su película anterior (la excelente Cómo un avión estrellado), hay una sensación de libertad narrativa y una calma en su forma de mostrar la distintas situaciones que junto con la repetición de los actores en registros bastantes similares, puede decirse que lo hace un director muy coherente, incluso sigue utilizando largos planos en los que muestra un paisaje al mismos tiempo que lo musicaliza con canciones de rock independiente.
Parece que Ezequiel Acuña, aunque todavía le faltan muchas películas para confirmarlo, es cómo esos grandes directores autorales (incluso cómo Rohmer) capaz de mantener su mirada y su estilo en distintas historias que siempre encajan con su forma de filmar y hacerse reconocible para nosotros los espectadores.
Buena.
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