Tonal - Atonal.
Un director profundamente intelectual puede producir películas crípticas, de esas que en general sólo disfrutamos los cinéfilos porque no se agotan en la primera visión, o porque se puede observar en ella alguna habilidad especial del realizador que nos permite apreciar las diferencias entre el cine puramente comercial narrativo y las poéticas que se toman su tiempo.
Lo primero que maravilla al ver una película de este director húngaro son sus planos secuencias: todas las escenas están filmadas con una sola cámara, pero en vez de hacer que la película sea cuadrada y estática, la cámara se mueve constantemente en una sensación de estar flotando etérea alrededor de los personajes y los escenarios. Lo segundo que impresiona es su increíble fotografía en blanco y negro, todo está iluminado perfectamente, en increibles grises y claroscuros dignos de cualquier obra expresionista.
El desafío para este tipo de directores es crear emociones y una narración que se puedan seguir con interés, aunque no sean las normales (ni las emociones ni la narración) y muchas veces que la historia sea totalmente extraña. Y mientras pienso en Ripstein, Tsai-Ming Liang, Goddard, Tarkovsky, Kitano y Sokurov cada uno con sus características especiales y sus raras habilidades para producir emociones (en sus mejores casos) con narrativas originales y aunque apenas he visto una película y media de este director, creo que ya habría que ponerlo junto a los directores que nombré antes.
Así cómo hay una música normal, la que escuchamos todos, con ritmo, melodía y armonía y basada en un registro de 7 notas, también hay otra que no está construida sobre estas bases, son atonales, trabajan la música con los sonidos que quedan entre las notas o utilizan estructuras totalmente distintas, cómo dicen en uno de los diálogos de esta película, son no-naturales, pero aunque sean mucho más difíciles de comprender, disfrutar o emocionarse con ellas, siguen siendo músicas y siguen tratando los mismos temas, desde otra óptica, muchas veces cómo un desafío para quién las escucha. El propio Bela Tarr se hace cargo de esta característica y la sigue hasta sus últimas consecuencias, desde su trabajo con la fotografía, la cámara, la puesta en escena, el montaje, los eternos planos secuencias y la historia hasta en sus errores, que se deben a su propia irreductible lógica artística.
La historia, tan extraña cómo la forma en que fue filmada, es sobre un hombre joven, con algún retraso mental que vive en un pequeño pueblo del interior de Hungría, allí la gente lo usa para todo tipo de mandado y reparto, de hecho en las primeras 24 horas de la historia parece que ni siquiera lo dejan dormir, pero una noche llega un extraño circo que trae a “la ballena más grande del mundo” acompañada por El Príncipe, un hombre de ideas revolucionarias, que dicen que con sus discursos ya ha causado la destrucción de varios pueblos. János, entonces se ve envuelto es una situación de violencia cada vez mayor que no consigue comprender, ni de la que puede huir, porque después de todo, todos lo están utilizando. Un inocente que trata de sobrevivir entre medio del caos.
Cómo ya comenté, los planos extremadamente estilizados y realmente espectaculares en su planificación y detalles, parecen ser los exactos para esta historia que se toma su tiempo, sin embargo hay uno en particular que me parece profundamente contradictorio y que tal vez sea el más bello, espectacular, planificado y emocionante de toda la película, es sobre un grupo de gente que invade el hospital de pueblo y muele a palos a todos los internados. Tarr sigue fiel a su estilo incluso en esta escena, la cámara flota lentamente recorriendo las distintas habitaciones, la violencia es muda, nadie se queja y los únicos ruidos que se escuchan son los golpes a las puertas y los objetos que se rompen. El final con el anciano desnudo y el descubrimiento de la mirada asombrada y aterrorizada de János, es inmejorable, sin embargo, los minutos iniciales me llevan a preguntarme si es correcto, aceptable, filmar tanta violencia con esta poética suave y flotante. Algún director importante cuyo nombre no recuerdo dijo que cada travelling era una cuestión de moral, yo humildemente me permito decir que cada plano es una cuestión de moral y de narrativa, por eso me sentí molesto. ¿Cómo puede ser que nuestra mirada, la mirada del director, permanezca imperturbable ante tanta violencia? En la primera parte de ese plano secuencia no se adopta el punto de vista de János sino el de los invasores, la cámara flota entre ellos mostrando sus barbaridades y ni siquiera tiembla. Justamente lo que le faltó, un temblor, una duda, algo que haya quedado sin ver porque se estaba demasiado asustado, apurado o excitado pero todo está medido y planificado hasta el último detalle (no puedo llegar a imaginarme cuantas horas habrá llevado la planificación y la filmación de ese plano). El único error es justamente no saber cuando cambiar de tono, cómo los músicos atonales que jamás van a meter una nota o una melodía en su obra, ni siquiera cuando haga falta y sea indispensable para mejorar todo lo que tienen para decir. Un poco más de apertura hacia otras narrativas, la hubiese hecho casi perfecta, porque aunque sea elogiable llevar hasta las últimas consecuencias un tipo de narrativa, el director tendría que darse cuenta de sus propias limitaciones y saber cuando cambiar (bueno, estoy pidiendo un milagro, ojalá todos pudieramos darnos cuentas de nuestras propias limitaciones y saber cuando cambiar, pero se trata de sólo una película).
Un poco mejor que muy buena.
Un director profundamente intelectual puede producir películas crípticas, de esas que en general sólo disfrutamos los cinéfilos porque no se agotan en la primera visión, o porque se puede observar en ella alguna habilidad especial del realizador que nos permite apreciar las diferencias entre el cine puramente comercial narrativo y las poéticas que se toman su tiempo.
Lo primero que maravilla al ver una película de este director húngaro son sus planos secuencias: todas las escenas están filmadas con una sola cámara, pero en vez de hacer que la película sea cuadrada y estática, la cámara se mueve constantemente en una sensación de estar flotando etérea alrededor de los personajes y los escenarios. Lo segundo que impresiona es su increíble fotografía en blanco y negro, todo está iluminado perfectamente, en increibles grises y claroscuros dignos de cualquier obra expresionista.
El desafío para este tipo de directores es crear emociones y una narración que se puedan seguir con interés, aunque no sean las normales (ni las emociones ni la narración) y muchas veces que la historia sea totalmente extraña. Y mientras pienso en Ripstein, Tsai-Ming Liang, Goddard, Tarkovsky, Kitano y Sokurov cada uno con sus características especiales y sus raras habilidades para producir emociones (en sus mejores casos) con narrativas originales y aunque apenas he visto una película y media de este director, creo que ya habría que ponerlo junto a los directores que nombré antes.
Así cómo hay una música normal, la que escuchamos todos, con ritmo, melodía y armonía y basada en un registro de 7 notas, también hay otra que no está construida sobre estas bases, son atonales, trabajan la música con los sonidos que quedan entre las notas o utilizan estructuras totalmente distintas, cómo dicen en uno de los diálogos de esta película, son no-naturales, pero aunque sean mucho más difíciles de comprender, disfrutar o emocionarse con ellas, siguen siendo músicas y siguen tratando los mismos temas, desde otra óptica, muchas veces cómo un desafío para quién las escucha. El propio Bela Tarr se hace cargo de esta característica y la sigue hasta sus últimas consecuencias, desde su trabajo con la fotografía, la cámara, la puesta en escena, el montaje, los eternos planos secuencias y la historia hasta en sus errores, que se deben a su propia irreductible lógica artística.
La historia, tan extraña cómo la forma en que fue filmada, es sobre un hombre joven, con algún retraso mental que vive en un pequeño pueblo del interior de Hungría, allí la gente lo usa para todo tipo de mandado y reparto, de hecho en las primeras 24 horas de la historia parece que ni siquiera lo dejan dormir, pero una noche llega un extraño circo que trae a “la ballena más grande del mundo” acompañada por El Príncipe, un hombre de ideas revolucionarias, que dicen que con sus discursos ya ha causado la destrucción de varios pueblos. János, entonces se ve envuelto es una situación de violencia cada vez mayor que no consigue comprender, ni de la que puede huir, porque después de todo, todos lo están utilizando. Un inocente que trata de sobrevivir entre medio del caos.
Cómo ya comenté, los planos extremadamente estilizados y realmente espectaculares en su planificación y detalles, parecen ser los exactos para esta historia que se toma su tiempo, sin embargo hay uno en particular que me parece profundamente contradictorio y que tal vez sea el más bello, espectacular, planificado y emocionante de toda la película, es sobre un grupo de gente que invade el hospital de pueblo y muele a palos a todos los internados. Tarr sigue fiel a su estilo incluso en esta escena, la cámara flota lentamente recorriendo las distintas habitaciones, la violencia es muda, nadie se queja y los únicos ruidos que se escuchan son los golpes a las puertas y los objetos que se rompen. El final con el anciano desnudo y el descubrimiento de la mirada asombrada y aterrorizada de János, es inmejorable, sin embargo, los minutos iniciales me llevan a preguntarme si es correcto, aceptable, filmar tanta violencia con esta poética suave y flotante. Algún director importante cuyo nombre no recuerdo dijo que cada travelling era una cuestión de moral, yo humildemente me permito decir que cada plano es una cuestión de moral y de narrativa, por eso me sentí molesto. ¿Cómo puede ser que nuestra mirada, la mirada del director, permanezca imperturbable ante tanta violencia? En la primera parte de ese plano secuencia no se adopta el punto de vista de János sino el de los invasores, la cámara flota entre ellos mostrando sus barbaridades y ni siquiera tiembla. Justamente lo que le faltó, un temblor, una duda, algo que haya quedado sin ver porque se estaba demasiado asustado, apurado o excitado pero todo está medido y planificado hasta el último detalle (no puedo llegar a imaginarme cuantas horas habrá llevado la planificación y la filmación de ese plano). El único error es justamente no saber cuando cambiar de tono, cómo los músicos atonales que jamás van a meter una nota o una melodía en su obra, ni siquiera cuando haga falta y sea indispensable para mejorar todo lo que tienen para decir. Un poco más de apertura hacia otras narrativas, la hubiese hecho casi perfecta, porque aunque sea elogiable llevar hasta las últimas consecuencias un tipo de narrativa, el director tendría que darse cuenta de sus propias limitaciones y saber cuando cambiar (bueno, estoy pidiendo un milagro, ojalá todos pudieramos darnos cuentas de nuestras propias limitaciones y saber cuando cambiar, pero se trata de sólo una película).
Un poco mejor que muy buena.
Painé, me gustó mucho el análisis que hiciste de esta película. Hay cosas que decís que me ayudan a pensarla de otra manera. Muy interesante la crítica! (y no lo digo con ánimos de evitar ningún tipo de acto irrevocable, aquí imaginar un sonido de tos y luego de risa).
ResponderEliminarUn abrazo grande!
Andrea
Gracias Andrea.
ResponderEliminarQue bueno que el primer comentario recibido en este blog sea el tuyo.
Nos vemos pronto.
Saludos